Varios pueblos indígenas rubricaron su particular "Protocolo de Kioto" para la preservación de la naturaleza que les rodea con el objetivo de "reparar sus errores" y tomar acciones que lleven al máximo respeto de los recursos naturales.
Más de 400 personas participaron en un encuentro que concluyó este miércoles en el resguardo de Quintana, cercano a la ciudad de Popayán, para compartir sus preocupaciones sobre el estado de la "Madre Tierra", que a sus ojos es arrasada por el hombre.
El pueblo kokonuko, en colaboración con diferentes agencias de Naciones Unidas y el Fondo Español para el Desarrollo, lidera una de las principales iniciativas indígenas en Colombia que pretende capacitar y concienciar a sus comunidades y a la sociedad occidental de la necesidad de proteger los dones naturales.
Emberas katío, emberas chamí, pastos, aruhacos, yanaconas, waunan, nasa, inganos, totoroes y guambianos, entre otras comunidades nativas, se dieron así cita en Quintana para firmar el acuerdo promovido por los seis cabildos que componen el pueblo kokonuco del Valle del Cauca.
"El pueblo kokonuko, y seguramente otros, ven con tristeza como viven las nuevas sociedades y los pueblos indígenas, y ven con preocupación como los bosques que antes se tenían ya no existen, y como las lagunas y las quebradas de aguas cristalinas están desapareciendo porque el modelo imperante en el mundo no entiende que la Tierra es vida", alertó el sabedor indígena José Domingo.
Mediante la creación de escuelas de capacitación, financiadas por el Gobierno español a través del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en seis resguardos indígenas del Cauca se trabaja para transmitir saberes a las nuevas generaciones, cada vez más empapadas en la occidentalización.
Esos saberes tienen que ver con lemas como "la Tierra no tiene dueño" y "la madre naturaleza otorga la vida".
"El pueblo kokonuko y las comunidades campesinas han entendido que la diferencia no es un problema, que es algo que contribuye a construir mecanismos de paz entre nosotros y buscar alternativas de armonización y equilibrio con la naturaleza", insistió Domingo.
Escoltados por la guardia indígena kokonuka, un ejército armado únicamente por bastones y que ha logrado aislar sus tierras de los militares y de los grupos ilegales, los nativos compartieron sus diferentes cosmovisiones de la vida, que siempre convergen en el respeto y cuidado del medio ambiente.
El líder del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), Élides Pechené, explicó que "el trabajo por conservar la naturaleza, por afianzar el territorio es algo espiritual y que parte desde la cosmogonía de cada pueblo".
Añadió que "en el manejo del territorio los pueblos indígenas son conscientes de que hay que conservarlo y no que la Madre Tierra se convierta sólo en comercio".
Y el delegado del pueblo aruhaco, de la Sierra Nevada de Santa Marta, Danilo Villafañe, reflexionó sobre el papel de la educación y el pensamiento.
"Cada cosa en el mundo recibe una educación, cada árbol, cada montaña, el agua, el aire. Cada cosa recibe un mandato. El conocimiento de esas leyes es lo que nos hace a nosotros responsables, nuestro pensamiento", manifestó.
"¿De qué manera hacemos entender a los hermanos menores (sociedad occidental) el respeto por la naturaleza?, ¿cómo pueden adoptar ese pensamiento?. Hay que incorporar ese respeto, a la naturaleza, a las montañas, el sentido de lo sagrado", insistió.
Tras ese intercambio de opiniones se rubricó el pacto por la naturaleza antes de proceder al ascenso del Cerro Puzná, sitio sagrado de los kokonukos, y celebrar un ritual por la Madre Tierra.
Así, casi un centenar de personas caminaron durante más de dos horas y media hasta la cumbre, donde varios curanderos esperaban para oficiar la ceremonia en la que se entró en comunión con la naturaleza y se corroboró el compromiso bajo un imponente techo de estrellas a 3.000 metros sobre el nivel del mar.
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